La visión sobre China de una de las grandes figuras de la política internacional en la segunda mitad del siglo XX. Nacido en una familia judía alemana que huyó a Estados Unidos en 1938. Profesor en Harvard desarrolló un seminario sobre relaciones internacionales de 1951 a 1960, desarrollando una teoría pragmática de las relaciones diplomáticas, contraria a basarla en planteamientos ideológicos y dispuesta a legitimar el uso de lo fuerza cuando estuvieran en juego los "intereses nacionales" estadounidenses. Aunque no rechazaba la guerra como medio de acción internacional, era partidario de evitar una generalización de los conflictos mediante los contactos diplomáticos con los adversarios ("política de pequeños pasos"), que permitieran disipar las desconfianzas mutuas. El presidente Nixon le incorporó a su administración en 1969 con el cargo de secretario ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional. Desde ese puesto dirigió de hecho la política exterior de Washington, antes de que fuera nombrado Secretario de Estado en 1973. Preocupado ante todo por las relaciones con la URSS, fomentó también el acercamiento a China con su visita en 1971, previa a la de Nixon el año siguiente. Veía esta distensión con Pekín como un medio indirecto que podría hacer mejorar las relaciones con Moscú. Partidario de la desvinculación norteamericana en el conflicto de Vietnam, dirigió las negociaciones que llevaron al acuerdo de alto el fuego de París en enero de 1973. Esto le valió, junto al representante norvietnamita Led Duc Tho, el Premio Nobel de la Paz. Sus dotes diplomáticas permitieron reforzar, tras la guerra del Yom Kippur en 1973, la influencia norteamericana en Oriente Medio. Siguió como Secretario de Estado con Gerald Ford (1974-1976) y mantuvo un cierto grado de influencia en la administración especialmente durante la presidencia de Ronald Reagan (1980-1988). Cualquier intento de comprender el futuro papel de China en el mundo comienza con el reconocimiento de su historia: ningún otro país puede reivindicar una relación tan poderosa con su pasado y sus principios tradicionales, y son muy pocas las sociedades que han alcanzado una dimensión y una sofisticación comparables. Henry Kissinger fue el gran artífice de la apertura de China al mundo con su visita en 1971 como secretario de Estado, y la preparación de la que al año siguiente llevaría a cabo el presidente Nixon. Desde entonces, la relevancia de China en el mundo no ha dejado de crecer. Kissinger ha ayudado a configurar las relaciones de China con Occidente, y ha escrito por fin la historia de un país que conoce íntimamente. A partir de documentos históricos y de las conversaciones mantenidas con los líderes chinos durante los últimos cuarenta años, examina el modo en que China ha abordado la diplomacia, la estrategia y la negociación a lo largo de su historia, y reflexiona sobre sus consecuencias en el balance global del poder en el siglo XXI.